Álvaro Matud Juristo: Aristocracia vital

Álvaro Matud Juristo: Aristocracia vital

Vivimos tiempos de vulgaridad. No se trata de una queja. La cultura de la posmodernidad ha hecho de la ausencia de una ética prescriptiva condición necesaria para la convivencia. A cambio, hemos elevado los principios procedimentales, indudablemente necesarios, a categorías morales, cambiando lo verdadero por lo correcto. En consecuencia, el impulso ético ha quedado reducido a respetar unas reglas de juego, sin decir nada sobre el juego mismo ni alentar los anhelos por el fin que el juego pueda tener. ¿Es posible reformular la vocación humana de aspirar a lo mejor sin caer en fórmulas aristocráticas que resultan anacrónicas o incluso reaccionarias, con ribetes de elitismo?

El aristócrata más democrático de la historia del pensamiento político, Alexis Henri Charles de Clerel, vizconde de Tocqueville, explicaba que «no se trata de reconstituir una sociedad aristocrática sino de hacer brotar la libertad del interior de la sociedad democrática». Una libertad individual que, si se asume personalmente, lleva consigo el reconocimiento de la mutua dependencia para descubrir y promover el bien común. Toda vida que aspire a lo mejor de sí misma puede ser calificada de aristocrática, si descubre esa capacidad y la emplea para trascenderse como individuo.

Esta aristocracia es una llamada personal hacia lo mejor de uno mismo, que sólo puede ser alcanzado con los demás. Es la decisión de aceptar la propia responsabilidad sobre una realidad que no se enmascara con las logomaquias y respecto a una historia que no se confunde con la memoria subjetiva. Es descubrir que la innovación puede ser la permanencia y el progreso, la resistencia a algunos cambios. En esta sociedad del individualismo y de la búsqueda del propio interés, nos conviene recordar el ejemplo discreto de personas que se guiaron por el aprecio a la herencia recibida, el sentido de responsabilidad para transmitirlo a quienes nos precederán y el amor a España.

Hace ahora cien años nació una de las mujeres más desconocidas de la historia reciente de España. Sin embargo su vida es parte de la Historia y continúa haciendo historia. Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno fue la última descendiente directa del héroe medieval, pero más que grande de España por sus títulos, Tatiana lo fue por su decisión de crear una fundación para poner todo su patrimonio al servicio de la sociedad.

En ocasiones, son los personajes que van en contra del espíritu de su época los que contribuyen a salvarla. Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno fue una mujer que decidió vivir su vida al margen de los focos, consagrada a conservar el legado que había recibido, consciente de que no era solo suyo. Algo que demostró durante la crisis del 2008, cuando, ante las propuestas de algunos banqueros de trasladar su patrimonio financiero fuera de España, les contestó «este patrimonio es fruto de siglos de historia de España y si España quiebra, nosotros con ella». Consciente de haber recibido un importante patrimonio histórico y natural, Tatiana se sentía responsable no sólo de conservarlo sino de transmitirlo. Por eso, decidió legar a la ciudad de Madrid la Quinta de Torre Arias, donde vivió la mayor parte de su vida.

A contracorriente de la cultura del pelotazo de su época, se opuso a las presiones del mercado durante la burbuja inmobiliaria, solicitando para una de sus fincas la máxima protección ambiental, a sabiendas de que la desvalorizaba mercantilmente. Hoy es uno de los pulmones verdes del cinturón de Madrid, donde se llevan a cabo investigaciones medioambientales con un programa europeo.

Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno no quiso ligar su fundación a la nobleza, sino que decidió consagrarla a la aristocracia vital, para que muchos descubran que pueden fundar su vida con el patrimonio más importante, que son ellos mismos. Su propuesta, aparentemente anacrónica, resulta de paradójica actualidad para cientos de jóvenes neurocientíficos, emprendedores y líderes cívicos que continúan la onda expansiva de la decisión de una mujer española discreta, que eligió hacer historia en lugar de pasar a la Historia. Son la demostración de las energías vitales de nuestra sociedad cuando aspira a lo mejor de sí misma.

SOBRE EL AUTOR

Álvaro Matud Juristo

es director académico de la Fundación Tatiana

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