La maestría de Llull no tiene fin

El Madrid es capaz de ganar hasta en sus noches más flojas. Tal es su arsenal que solo necesita que un par de sus lanzas estén afiladas y, ante el Milán, fue Llull el más incisivo de los pupilos de Chus Mateo. Tras una muy floja primer parte de los blancos, el balear torpedeó el aro italiano con canastas inverosímiles, llenas de rabia, que le dieron un toque de atención a sus compañeros. Su carácter se contagió en el grupo y el Madrid acabó por sobrepasar al Milán con mucho espectáculo. De momento, el equipo solo conoce la victoria en Euroliga, cuatro de cuatro.

Las lluvias, a las que en la capital se les considera casi siempre torrenciales, convirtieron el WiZink en un estadio un poco soso, con poca miga en las gradas pese al buen momento del Real Madrid, un verdadero tifón en los primeros compases de Euroliga. Sin embargo, no se salvó Mirotic de su clásica bienvenida al recinto blanco, a quien no le importan los colores que vista el montenegrino, siempre recibe hostilidad.

Pese a los silbidos, Mirotic se encontraba como pez en el agua, encantado con la posición de alero que le ha regalado Ettore Messina. Monopolizó el balcánico el juego de los italianos, aparecía en todos lados, defendía, anotaba, raboteaba y asistía. Le puso remedio el Madrid con la siempre clarividente visión de Campazzo, que en el primer cuarto sumó la friolera de cinco asistencias, siendo Tavares y Deck los beneficiados.

Los problemas les llegaron a los de Chus Mateo por el juego interior. Tavares sumó dos faltas muy rápidas y Poirier, que ha comenzado la temporada a un nivel altísimo, tres (dos en ataque y una técnica). Esa combinación, sumada a las abundantes pérdidas, dieron alas a los visitantes, que mordían con ganas al ver las legañas en el rostro madridista. Tinieblas disipadas por Llull, que corroboró su buena primera parte (11 puntos) con un triple impresionante, a una pierna y sobre la bocina. Pasan los años y a su barita no se le acaba la magia.

Se fue calentando poco a poco el Madrid, más seguro de sí mismo, bien Musa a la hora de generar ventajas y muy bien Tavares a la hora de estallarlas contra el aro italiano. Les tomaron el relevo el Chacho y Poirier mientras el Milán cometía errores de bulto, descentrado, actitud que enrabietaba a Messina, que veía como sus pupilos deshacían todo el buen trabajo de la primera parte.

Ya no había quien parase al Madrid, lanzado al ver cómo Llull se tomaba el partido como si fuese una final. La densidad se convirtió en espectáculo y el Madrid se transformó en un carro de batalla, pasó por encima de su rival sin mirar atrás, sin remordimiento, y con una sonrisa en el rostro certificó una victoria más en Euroliga.

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