¿Por qué nos reímos cuando nos hacen cosquillas?

Si hacemos caso a la Real Academia Española las cosquillas son la respuesta a una excitación nerviosa que se acompaña de una risa involuntaria y que se experimenta en algunas zonas de nuestro organismo.

Uno de los primeros en abordar las cosquillas fue Aristóteles, allá por el siglo IV a. de C. En su libro ‘Sobre las partes de los animales’ el filósofo defendía que «la razón de que sólo el hombre tenga cosquillas es la finura de su piel y es, además, el único animal que ríe». Como ahora veremos, en esto, el sabio macedonio se equivocó.

Los científicos distinguen dos tipos diferentes de cosquillas, una suave –knismesis- y que consiste en una sensación de irritación provocada por algún movimiento suave sobre la piel. Desde un punto de vista biológico se trata de un mecanismo de protección, gracias al cual nos protegemos de los insectos ahuyentándolos o rascándonos.

Este tipo de cosquillas no es único de nuestra especie, lo podemos encontrar en otras muchas, por ejemplo, en el movimiento de aleteo de la cola de una vaca para ahuyentar a las moscas que las rodean.

Los antropólogos coinciden en afirmar la knimesis es una reacción primitiva y que, posiblemente, apareció hace unos ochenta millones de años.

El segundo tipo de cosquillas, tal y como describieron los psicólogos Stanley Hall y Arthur Allin en 1897, son las llamadas gargalesis. Aparecen tan solo en algunos mamíferos y están provocadas por el contacto físico con otros animales de su especie.

Es el tipo de cosquillas que se generan entre amigos, entre una madre y su cría, o en una pareja.

Las gargalesis, a diferencia de la knimesis, tienen una función social: crear lazos afectivos con otros miembros y obtener sensaciones placenteras. Muy probablemente las primeras cosquillas que aparecen están en relación con el vínculo afectivo que se genera entre la madre y la cría.

De alerta a placer

Una vez producida la cosquilla la sensación viaja hacia el cerebro a través de las mismas fibras nerviosas que transmiten las señales del dolor, esto se traduce en que la primera postura que adoptamos cuando nos hacen cosquillas se corresponde con una actitud defensiva.

La sensación es vehiculizada hasta una zona conocida como corteza somatosensorial, la región cerebral que se asocia con la sensación del tacto. Desde allí se envían señales hasta otras zonas del cerebro, como son el hipotálamo, el hipocampo y el sistema límbico, que son las responsables últimas de que se generen emociones placenteras, entre ellas la risa.

De esta forma, a una primera fase de miedo le sigue otra de «rebote» positiva –la risa-, una vez que el cerebro comprueba que no existe peligro y que nos encontramos en una zona de confort social.

Es precisamente el mecanismo primigenio de alarma el que impide que una persona extraña nos pueda hacer cosquillas, puesto que nuestro cerebro lo sigue percibiendo como una alarma real. En este sentido, un grupo de investigadores españoles demostró que las cosquillas son siete veces más probables con alguien del sexo contrario que con una persona del mismo sexo, ya que en este segundo caso nuestro cerebro sigue en estado de alerta.

No podemos hacérnoslas a nosotros mismos

Es sobradamente conocido que el cuello, las axilas y el abdomen son las zonas más sensibles a las cosquillas, pero quizás no sea tan conocido que el mapa geográfico de nuestro cuerpo entiende de género, es decir, que mientras ellas sienten con más intensidad las cosquillas y, en especial, en la planta del pie, ellos las perciben más en las zonas erógenas.

En el año 2019 investigadores de la Universidad de Linköping, en Suecia, realizaron un estudio en el que analizaron qué zonas del cerebro se activaban cuando nos hacen cosquillas y cuáles cuando nos tocamos a nosotros mismos. Estos científicos llegaron a la conclusión que en el segundo caso el cerebro suprime la actividad de una parte de la corteza cerebral relacionada con la percepción, lo que se traduce en una incapacidad de hacernos ‘autocosquillas’.

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